En la película La Red Social, dirigida por el genio David Fincher en el año 2010, nos metemos de lleno en el proceso de creación de la red social Facebook. No fue la primera en llegar, ni siquiera la más popular al principio y mucho menos ahora, pero la idea de Mark Zuckerberg terminó por revolucionar el mundo. Y no solo en Internet, sino la manera en la que entendemos las conexiones de amistad o las relaciones. Zuckerberg lanzó Facebook y el éxito fue tan masivo que le permitió posicionarse en primera línea para el estallido de las redes sociales. Así es como adquirió tanto Instagram como Whatsapp, dos de las aplicaciones más populares del mundo. A través de estas tres grandes apps, que están incluidas en la empresa madre Meta, Zuckerberg ha conseguido los datos de más de la mitad de la población mundial. Ese es el pago por disfrutar de estas redes sociales que, en realidad, luego no ofrecen mucho más que puro entretenimiento.
Sin embargo, las redes sociales se han convertido en algo indispensable en nuestras vidas. Da igual si somos carniceros en un pequeño pueblo del norte de Perú o si somos el delantero centro del Real Madrid, un joven con quince años y talento para la música o la chica influencer del último actor de moda. A veces las redes sociales se han convertido en un medio de vida para muchos usuarios que han logrado sacar rédito a sus vídeos y a su contenido. La mayoría, sin embargo, somos simples espectadores de lo que otros crean, como viene ocurriendo desde siempre. Sin embargo, la diferencia es que ahora todos podemos ser creadores y espectadores al mismo tiempo. Tenemos un altavoz desde el que podemos mandar mensajes de carácter viral y convertirnos, de la noche a la mañana, en el nuevo fenómeno de Internet. Con todo lo que eso conlleva a razón de dinero, fama y popularidad, claro está. Sin embargo, las redes no son un mundo de color de rosa, ni mucho menos, y también tienen un lado muy oscuro, especialmente si hablamos de la censura.